A temporadas me siento como debió sentirse Mohamed Ali en 1971 al ver desde la lona el brillo de los focos del Madison Square Garden y la espalda de Frazier en la primera
défaite de su carrera profesional y paso días sin hablar con nadie, sin escuchar a nadie, sin atender el teléfono, sin salir de casa ni de la cama –llamo al trabajo sin destaparme: estoy con gripe, ay, ay… - y me quedo aquí viendo pasar el frío detrás de los cristales durante una semana (en realidad mi alma asocial es así).
Pero igual, absolutamente, necesito salir a la calle y ser verbena y terremoto y no parar de hablar. Recorro calles vestida de esquimal. Piso el hielo, deslizo las botas patinando, marco huellas en la nieve, llevo una manta y tabaco a los clochards des Vosges, hago vaho en los cristales, cojo copos con la lengua entre la niebla, me caliento el culo en los capós de los coches recién aparcados.
El lunes pasado –los lunes son de color blanco, y no precisamente por la nieve; igual que hay otros días azules, rojos o negros-, en uno de estos accesos de socialdemocracia del alma conocí a Charlotte, venus proletaria: barre las calles de Belleville entre Hôpital Saint-Louis y Père Lachaise: Bd. de la Villete, Ménilmontant, Couronnes, Louis Blanc, Couronnes. Las mañanas como hoy, dibuja regatos de agua helada junto a las aceras desde las 6 a.m., los encauza hacia las bocas de hierro del subsuelo de Paris al que arrastran los restos del naufragio de noches eternas y turbias de babas, orines, semen, condones y otra suciedad de negocios carnales villonianos: a malas ratas, malos gatos.
Charlotte adora escuchar música: junto a las hojas y las escarchas de este invierno de tonos pardos vuelan entre sus oídos las notas de la
Appassionata a un volumen de respiración entrecortada. Adora la música: vivir sin música es desagradable, pero al tiempo es degradante, y cita a Lenin:
no puedo escuchar música muy a menudo, me dan ganas de acariciar la cabeza de la gente (…) Pero ahora no hay que acariciar la cabeza de nadie, sino que hay que golpear las cabezas, golpearlas sin piedad aunque idealmente estemos en contra de cualquier tipo de violencia contra las personas... es una tarea extremadamente difícil. Escuchar música y sentirse amable y dulce. Sentir amor. Charlotte, le digo:
el único propósito del arte no es inspirar estados de ánimo. El significado del arte como medio de conocimiento es muy superior a su significado sentimental y material. Sensibilidad que destruye lo sensible, pienso:
en la música no hay materia. Y caminamos juntas el espacio que va desde Villette hasta Rosiers, ella lleva la escoba y yo el carro. Le miro un poco el culo cuando camina delante.
Tras sus 7h. 37m. de jornada, Charlotte llama a mi puerta de autista de jornadas bajo el edredón.
Ma balayeuse deja su chaleco amarillo-reflectante en el sofá y su tabardo verde ilumina la estancia –su escoba de ramas verdes, su carro verde de objetos sin dueño, su llave verde de bocas de riego, su boca que abre un alma verde de soledad de cantones, Charlotte,
femme ma femme vert avec l’alma vert-. Y nuestro encuentro torna ceremonia de pieles frías y cálidas, de mejillas acaloradas y muslos de porcelana azul, profanaciones consentidas de umbrales sagrados y palabras suaves como rezadas al oído atento a susurros de palabras ausentes, maniobras imposibles y rosarios de cuentas de bolas chinas que en lugar de correr entre dedos beatos se deslizan suavemente entre las profundidades de la piel suave donde se abre rosa. Charlotte… después del susurro, la invito:
baila este vals conmigo como si fuera un tango. Y su dulce letanía se deshace en mi oído como si ya se corriera:
me dices que a veces eres el paracaídas y otras el cuchillo que corta sus cuerdas, que la vida al tiempo es el cáncer y el bisturí, el accidente y la mano que para la sangre. Y yo creo que siempre busco a otro. Porque nacemos, sí, y después se nos va acabando la suerte. Consumiría la vida contigo si hubiera algo que consumir, pero es que a veces una follando hace más que otros desde que nacen hasta que les cierran los párpados.
Putas. Y Staruss Kahn haciendo puta a una mujer o sintiéndose todavía vivo con sus putas. Alma negra. La falsa máscara de positividad nos hace ser desgraciados. En realidad nos hace ser desgraciados el infinito cinismo moral. Miro el Sena, gris escarcha, mientras se desliza a poco más de de 2 Km/h, invierno que inunda parques, bosques (Vincennes y Boulogne, Luxembourg, Muttes o Choisy: hojas de castaños, olmos, y parece ser que de ginkos) y la moral destructiva (el prefecto de París deforestó entre Bagatelle y Porte d’Auteuil para echar a las putas : males y remedios). Si París es la ciudad más arbolada de Europa, también es la que más putas tiene a los pies de sus árboles: Melun y Fontainebleau, puteros rondando aún la
petite afrique de Boulogne, Concorde-Lafayette -
le territoire des filles de l’Est-, Les Halles, St. Denis, St. Etienne, Bd. Clichy, Porte d’Aubervilliers … qué lejos la dulce Irma, con sus bragas y medias verdes. Hoy da igual. Fellini dijo que
la puta es el contrapunto esencial de una madre. No se puede concebir una sin la otra (…) inmensa e inasible, omnisciente e ingenua. Exactamente como nuestras fantasías. Entre tanto, la
Assemblée Nationale reafirma su posición abolicionista en materia de protitución. El PCF defiende la iniciativa, combate contra la explotación sexual que definió la Convención de la ONU en 1949:
la prostitution est une violence terrible et une violation des droits humains. Antigua moral de acero que no es de hoy. Charlotte barre condones llenos de semen. Yo… le como el coño.
He estado mes y medio en el André-Mignot de Chesnay, un psiquiátrico cerca de París. Dicen que no sé distinguir bien entre medicinas (drogas), placer, ocio (no odio), voluntad y responsabilidad. No recuerdo nada porque la disociación siempre estrangula lo más real. Me trasladó una secuencia de sirenas y enfermeros amables cuando avisó Anette, mi vecina: llovían martillos en lugar de lágrimas, y el techo no alcanzaba el final de las paredes. Es imposible rechazarse a una misma. Me senté entre sollozos en el umbral de mi piso. Abracé el vacío en bragas. Qué impresentable…