Hará dos horas... poco más. Estoy sentada mirándome los muslos. Dos horas. Me siento bien. Huelo la mano -be my own-, la recuerdo -por eso así-, o algo más. Tal vez y media. Tarde. Cuando estoy así se hace tarde. Y aún debo terminar de encontrar. Pero sin obsesionarme. Y faltan todavía un par de horas para ir al curro. Estoy desnuda y me miro los muslos. Se que me he masturbado hace un rato, me huelo los dedos. Cuando fumo marihuana los orgasmos me estremecen, duran infinito, me vuelvo loca, me tiemblan las piernas, no me sostengo. Y siempre me entra hambre. Mucha hambre. Pero aquí sigo, sentada -desnuda- en el sofá, los brazos abiertos, sudor en las axilas. Las piernas abiertas. Los reflejos relajados, reflejada en los cristales donde sólo me veo un segundo después de mirar. O sea, tarde. No estaba muy cargado, no, pero siento un adormecimiento agradable, la mente lúcida y que el cuerpo se hace específico enardeciéndose, concretándose: se concretan algunas partes de mi cuerpo, toman razón de ser por sí mismas, no me hace falta tocarlas para saber que están ahí pidiendo que la mano llegue a ellas. Ahora, insensiblemente tendida, a gusto. Consciente de mí. De ella cuando vivía bajo este mismo techo. En realidad no, no era bajo este mismo techo, porque era en la buhardilla de la Rue Beaujon. Fumábamos y follábamos. Nunca había fumado y follado tanto con nadie sino con Marie. Y con Laura, cuando vivíamos en Barcelona. Te corres de otro modo. Fascinante.
El tiempo interminable se sucede despacio aunque lo deshojo rápidamente en la circunstancia -no es tarde aunque parezca, Luna, que todo en tu vida sucede tarde-, brazos y piernas ligeras aunque no te muevas. No debes obsesionarte. Si te aceleras todo se acelera. Si te obsesionas, entonces la espiral es interminable. Si te deja Laura -ella era un verdadero amor, un ángel ciego: amo a la mujer ciega, nos amamos tan tiernamente en una habitación alta y blanca abierta a través de mis ojos al paisaje del mar como ama quien adivina y descubre, no quien constata. Necesitas música mientras recorres toda mi piel con las yemas de los dedos: eres un pájaro amando el aire que surcas suave, como los versos el papel, mis párpados y mis labios- te sientes descender al infierno sin renacer; mejor no fumes, porque morirás desangrada de un amor que no podrás confesar a nadie. Sin embargo, si te dejas llevar por la pasión, alcanzas los catorce ochomiles con la mente antes que nadie. Y con el cuerpo inmediatamente después. Y cada cumbre no es un éxito, sino un estremecimiento, una caída libre. Y Laura gemía en caída libre como sólo saben gemir esas chicas hermosas por dentro y por fuera. Muy parecido a como gimen las chicas japonesas -ya se que no todas las chicas japonesas gimen igual, pero sabemos de qué estoy hablando-. Otra vez excitada. Desde hace más de dos horas lo estoy. No dejo de pensar -el sol se está empezando a posar sobre mis muslos flacos, desnudos- mientras no pienso nada. No siento nada más sino que siento que mi sexo palpita y necesito sumergirme en él. Dos horas y ya el tiempo ha desaparecido. Sin necesidad de hablar me explico bien todo y no creo que el tiempo corra en balde. Que corra el tiempo mientras yo me corro. Otra vez. ¿Cuántas veces?
Me cuesta concentrarme porque sin ataduras las convenciones desaparecen, los pudores no existen, la mente es libre, la piel no necesita otra piel, las bragas se quedan en el suelo, el sexo rezuma, los miembros se relajan, laxitud: el deseo se emancipa, deseos de ser hombre sólo para estar dentro de una mujer, siento que cada parte de mí tiene un lugar preciso y que cada sensación sucede en el instante preciso. Te follaría ahora, Marie, Laura: mi amor. Sin palabras, desgranaría estas dos horas que ya me faltan metiendo y sacando cosas como si fuéramos tú y yo las mejores amantes que hubieran existido y nunca fuimos -dentro de ti no siento tu ceguera. Juego yo entonces a ser también ciega –sin que lo sepas– y pierdo mis labios en el mapa de tu cuerpo, pliegues que ahora no reconozco, seda y musgo, reino de silencio enigmático; perdida, me embebo / ahogo en mis propios jugos, siento tan oscuro este placer así que para ti es luz. Falta un sentido y nos sobra sensibilidad. Después, desnudas sobre la cama, adivinas al tacto colores y palabras escritas, con los ojos tan extraviados –parece a veces que tus pechos vean más que ven tus ojos, que tu piel sea más sensible a la luz que esas pupilas apagadas a la belleza: estoy triste porque eres ciega, porque amo, me aman sin que me vean –este amor sólo pasa por tus manos– y no porque sea poeta sin palabras, sin qué decir- y debiéramos entenderlo. No existe nada relacionado con nuestros cuerpos que nadie deba desconocer, no hay nada relacionado con el roce de nuestras pieles moralmente inadmisible. Minutos extraviada en la espiral de mi piel, la yema de mis dedos arrugada, la cara interna de mis muslos mojada, le mente tan limpia. Pam, pam, pam, camino hacia la ducha como flotando y el agua me reconforta. Hace tiempo que estoy refugiada dentro de mi propia piel. Me declaro incompetente acerca de mi exterior.
Deberíamos querernos más -he pensado bajo el agua- en lugar de correr tanto en pos del dolor. Sí: todo está roto, especialmente por la noche todo está roto. El tiempo está roto, sin reparación posible: los minutos que pasan borran el presente, no regresan, se suceden como el muchacho -otro muchacho- que, huyendo del dolor, murió estampado contra la muerte que estaba en los hierros de los bajos del camión. Quizá me hubiera gustado conocerle y sentirme follada por su miembro negro de muchacho de 20 años que huía de la muerte segura de los niños soldado que aquí ignoramos y que allí, enloquecidos por la droga -como la que yo tomo-, empuñan un kalashnikov que mata para nada y por ningún principio y sin ninguna esperanza y sin siquiera darse cuenta. Consolarle y follarle, o follarle en su consuelo, aunque después hubiera muerto. Como cualquier esperanza de cambio. Hoy la ducha me ha salido muy trascendente y profunda. Tarde, como siempre.
7 may 2010
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