Miles de jóvenes invaden las calles desordenadamente en la pantalla: aúllan, agitan banderas, brazos, sostienen entre las manos carteles, los automóviles cruzan la multitud con personas que gesticulan y gritan de modo exagerado con medio cuerpo fuera de las ventanillas. Se agolpan en diferentes plazas de diferentes ciudades. Celebran algo. No presto demasiada atención hasta que me fijo que las banderas que agitan son norteamericanas y no las queman. Tampoco disparan al aire -con lo que les gustan las pistolas- y el fondo del escenario es cuidado, no son edificios rijosos con tejados de uralita sino vidrio, acero y escaparates repletos. Es Washington -ante la Casa Blanca- o una multitud en Nueva York -Times Square o Zona cero-. No Cairo, Rabat o Saná. Celebran el asesinato extrajudicial -un certero disparo right between the eyes, point blank...- de un asesino. Así es la democracia. Vivo o muerto, la ley del Oeste. A tooth for a tooth and an eye for an eye. Con el patrocinio de un premio nobel de la paz.
Irina está sentada en el sofá detrás de mí. Baja el libro que lee y mira la pantalla. Me dice: es el capitalismo certificando que toma posesión de los nuevos mercados que abre en oriente y el norte de África -a través de la revolución (sic)-. Pero Ben Laden debe llevar muerto desde diciembre de 2001. No sé que nos cuentan ahora de cadáveres sepultados en el mar. Mitología de nueva planta. Obama -comandante en jefe de EE.UU.- ha completado su lírica discursiva con una ráfaga de historia épica. La máquina de los sueños. Pero... ¿qué cambia ahora que Laden esté vivo o muerto? Miro a Irina mientras habla, grave, con su acento ruso en francés. Sentada, en bragas y camiseta. Estoy en un amor fou, muy fou! Loco, loco.
Tobías es delgado, muy blanco, barba de profeta y cabello recogido con una cinta. En París, una primavera maravillosa. Cuando empezó a trabajar en el diario me fijé en él. A los días cruzamos los ojos y el deseo, hace poco menos un mes decidimos comenzar a hacer realidad y deseo. Aparentemente no brilla en él ninguna de las virtudes bíblicas asociadas a su nombre: sus dedos nudosos se enredan en mi piel y mi ropa fácilmente, su barba rojiza roza mi mejilla como el aire se enreda en mi cabello, la cercanía dulce de su aliento llega hasta mis labios con sus palabras; pero sí su deliciosa y virginal Sara, inteligente, valiente, bonita, siete veces casada, siete veces viuda en el lecho de follar. Aquí Sara es Caroline/Irina: ángel blanco y nada virginal.
La disculpa de Tobías era una fiesta de l'Université Paris-Dauphine antes de la semana de Pascua. No digo que no. Quedamos en Pont des Arts. Y allí apareció con su Sara: Caroline, es su chica. Estudia en la Dauphine. Inmediatamente pensé: este tío es un estúpido, ¿por qué viene con una tía?. Inmediatamente borré mi pensamiento y me fijé bien en Caroline hasta que llegamos al XVIe.: alta y delgada, cabello rubio recogido en trenzas, el cuello largo. Una chaqueta corta de cuero atada con cintas. Calcetines hasta las rodillas por encima de las medias. Expresión tímida -la timidez, dice Spinoza, es una emoción que uno ha de superar: ella había tomado buena nota- y un descaro en sus maneras espectacular. Bebió como beben los rusos. Enredó sus miembros con los míos y deslizó sus dedos entre mis pliegues por encima de la ropa de la que yo me quería desprender ya. Tenía la impresión de volar con la velocidad de quien quiere encontrarse con su destino.
Aquella primera noche... Al final de la primera noche estábamos en mi apartamento Tobías y su novia. Yo. Hemos bebido y fumado. Estoy confundida pero ya se que a mí me gusta su novia. Y que Tobías es un tío del curro. Y que a mí no me gustaría que me levantara la novia otra tía del curro. Pero ella es como un cielo: flor delicada de invernadero capaz de desintegrarse. Pero también una ruina: está loca y yo chalada. Es rara. Nunca sabes lo que piensa ni cómo va a reaccionar. Desbarramos toda la noche, unas horas antes nos mirábamos con urgencia secreta y ahora estábamos desnudándonos entre risas para tratar de dormir. Nos acomodamos -parece azar y no lo es- ella y yo en la cama, Tobías en el sofá. Yo ya no quiero que él me folle -es un capullo- y menos delante de ella. Y mientras él duerme, ella va a refugiar su mano entre mis muslos. Y todo fluyó.. ¿cómo decirlo? Todo fluyó con resbaladiza y silenciosa suavidad. Le susurro al oído Irina, Irina -desde el principio he entendido mal su nombre y no he dejado de llamarla así, no voy a hacerlo ahora, volada de maría y a punto de correrme en sus dedos- al tiempo que oigo la letanía de la respiración de Tobías desde el sofá. No sé por qué lo cuento ahora. Irina es rusa y al correrme me ahogué en sus ojos transparentes y grises y me refugié en sus labios -se movían como en una oración- que dejaban rodar en la almohada junto a los míos un leve tais-toi!, tais-toi!... en francés con acento ruso. Tan delicioso, tan delicioso... Mi cuerpo tembló de un lado a otro.
Por la mañana el sofá está vacío. Caroline/Irina de espaldas desnuda haciendo café. Yo vuelvo a olerme los dedos. Ella también estuvo ahí.
Un mes después es cuando -este lunes- Irina sostiene ante las noticias del televisor que deberíamos estar celebrando, en realidad, el décimo aniversario de la muerte -la segunda muerte- del autor de las imágenes más dramáticamente bellas que he visto nunca: los aviones adentrándose en el vientre de los rascacielos recortados en un cielo hermosamente azul. Tortura. Ejecución a sangre fría. Pienso en cuántos ADNs dijeron que el ejecutado no era él; mala suerte, tal vez el próximo. La prepotencia del imperio revolviéndose como el rabo de una lagartija por no querer dejar de serlo. El premio del dinamitero y la sombra de las manos del premiado manchadas de sangre y pólvora. El terrorismo derrotado con terrorismo. Mientras celebran unos la muerte y otros anuncian en venganza tormenta nuclear, retiro el libro de las manos de Irina. Le digo que tenemos poco tiempo y que debemos aprovechar antes de que un comando Seal entre por la ventana o arrecie la tormenta.
5 may 2011
Suscribirse a:
Entradas (Atom)