23 sept 2008

Absolutely sweet Mary

La semana pasada tuve una cita de trabajo con mi jefe –si es que cita y trabajo son palabras compatibles– fuera de la oficina. Comida en el restaurant 'Le Zyriab', en el Institut du Monde Arab. Está en un impresionante edificio de Jean Nouvel –uno de aquellos proyectos faraónicos de ‘le vieux’ Tonton- sobre el Quai Saint Bernard, junto al Sena, en pleno V arrondissement parisino. El restaurante, una de esas delicadezas árabes llenas de perfume de especias y cuidada elegancia minimalista, ocupa la azotea: una novena planta con hermosas vistas (Île Saint-Louis, Notre Dame...) de París. Me quería impresionar.

Yo conocía ya –ay, pequeña proleta...-, en el mismo edificio, en la misma planta, una especie de comedor social con bandejas y mesas corridas sin mantel donde se puede degustar un estupendo cous-cous –poco más– a precios mucho más asequibles, sin vista panorámica y en compañía de marroquíes, argelinos y personal de los servicios del edificio.

Las intenciones de mi jefe: es un tipo de esos que creen que con 40 años aún se es joven, aunque su espejo ya haya olvidado cómo era su cara a los 30. Creo que diciendo que es director creativo publicitario lo digo todo (trileros de las emociones –felicidad tan inmediata como efímera– que estimulan el deseo material en mitad de páramos desolados -es que hoy los desiertos ya no están populosos de anacoretas). No está bueno, pero es interesante: se cuida. Incluso a veces he pensado que es gay por su modo de vestir, aunque lo descarto cuando veo cómo me mira: devora con ojos lascivos a las chicas. El tipo es razonablemente cultivado –todo lo que puede serlo un publicitario–: lee libros y prensa, conoce la actualidad y la comenta con ironía... e incluso inteligencia. Un inconveniente: en absoluto es la alegría de la huerta. Sabía que me iba proponer terminar mi contrato de prácticas y pasar a formar parte de la plantilla de creativos de la firma –me lo había filtrado la jefa de RRHH, hay que tener contactos en el mismo infierno!–, lo cual me halagaba; pero también sabía que me lo iba a vender como algo personal. En realidad a mi no me importaría chupársela... y estoy segura de que él querría lo mismo que yo.

Le espero a las 13:30 delante del Instituto –Place Mohamed V–, de espaldas a la jaima que ocupa parte de la plaza. He llegado con tiempo y estoy sentada en el asiento de la moto, con el casco en las rodillas. Me he vestido como una señorita –falda, escote, pintura... no entiendo por qué, si voy a trabajar con la pinta con la que voy, hoy me he preocupado por ponerme hecha un adefesio, pero en fin- y debo lucir interesante de este modo. Las chicas asociadas a las motos siempre parecen producir morbo. Y, pensando en esto, se concreta delante de mí una de esas asociaciones. La miro con atención: cazadora de cuero roja y vaqueros viejos. Cabello corto muy negro, piel muy blanca, ojos verdes. La chica levanta el asiento de su moto –una scooter Custom negra–, saca el casco, deja unos libros en el hueco, saca de sus bolsillos varias cosas y las deja dentro también y, finalmente, lanza algo que rebota en la moto –parece una cajetilla de cigarrillos– y cae al suelo. En ese momento, sabiéndose observada, levanta los ojos y me mira: sonríe, sonrío y, sin pensarlo, le digo: ‘inténtalo otra vez...’ Ríe abiertamente, se agacha –está muy buena–, recoge la cajetilla y vuelve a lanzarla. Falla de nuevo. Me mira otra vez y me dice: ‘¿tienes bastante tiempo?’. Cuando voy a responder que sí, que para ella todo el tiempo del mundo, observo detrás de la chica y de la moto a un taxi que se detiene y del que desciende mi jefe quien, siempre hiperactivo, de inmediato me localiza con la vista y me arrastra tras de sí guiñándome un ojo y sonriendo. Le sonrío y miro a la chica de la moto con cara tristona, haciendo un puchero, como diciendo: ‘otra vez será’. Al pasar junto a mí, ya sobre su montura, me susurra: '¿la semana próxima aquí?' Y da gas a la moto, perdiéndose Rue des Fossés-Saint Bernard arriba. Acompaño dentro a mi jefe y comemos.

Hoy, justo una semana después, estoy sentada de nuevo sobre el asiento de mi Vespa en Mohamed V. Mi aspecto es otro, décontracté, pero mi deseo es el mismo: que reaparezca el scooter negro con la chica de la chupa roja. Miro impaciente Rue des Fossés arriba...

Guardo una strada… io / non ne ho mai viste così / e dove vada a finire non so dir da qui… / il fondo è lucido e scuro / di un nero già blu… / porta lontano, è sicuro, mai stato laggiù…

La paciencia, me dicen, es una virtud...

15 sept 2008

It’s raining hammers, it’s raining nails…

La gente culta –o no– arranca sus escritos con una cita culta –o no–. Yo, que ni culta ni escritora, arranco con la que adoptó el fundador de Alcohólicos Anónimos, que me temo debe ser original de algún teósofo protestante alemán o predicador evangelista de alguna iglesia innombrable de Massachusetts: deus, dona mihi serenitatem accipere res quae non possum mutare, fortitudinem mutare res quae possum, atque sapientiam differentiam cognoscere. Me lo repito mentalmente cada día como una letanía antes de otear el panorama político a través de los medios en Internet. Como para conjurar los peligros. Y son días pródigos.

El viernes la voz estruendosa y firme del camarada Chávez casi me hace saltar delante de la tele: "¡Váyanse al carajo, yanquis de mierda, que aquí hay un pueblo digno! ¡Yanquis de mierda, váyanse al carajo cien veces, aquí estamos los hijos de Bolívar!". Acto seguido le exige a G. W. Bush el respeto a la soberanía de los pueblos –respeto, no le pidió más nada- y da 72 horas al embajador de los EE.UU. en Caracas para hacer el petate y/o multiplicarse por cero. Recordé de inmediato otras de sus famosas actuaciones bolivarianas. Ante la Asamblea ONU: “Aquí huele a azufre…” o también referido a Bush: “You are a donkey, Mr. Danger… ” Reforcé mi perenne sonrisa con un punto de ironía. Adoro todo lo alejado de la corrección política y a quien ponga altavoz a lo que media humanidad piensa y calla. No es populismo, no: es desafío y muestra patente del fracaso de las elites políticas instaladas por el neoliberalismo de los 90 en América latina que invitaban a la modernidad del libre comercio –‘agendas positivas’–. Las alfombras del capitalismo ocultan ya demasiados cadáveres... pero esto no nos escandaliza.

Después, escucho los ecos que deja el huracán Sarah Palin en la entrevista a la Cadena ABC. Del ultraconservador John Sidney McCain III, aparte de que tiene nombre de patata congelada, se que nació en Coco Solo (cuando Panamá era cloaca de los EE.UU.) y que entre sus hitos figuran estrellar aviones de guerra, caer en manos del Vietcong, ser torturado por estos malvados comunistas o sus segundas nupcias con una jovencita millonaria. La última –ya dentro de su carrera para ser consejero delegado del mayor negocio del mundo-: nombrar a una candidata a vicepresidenta con cara de zorra insaciable, la mencionada Sarah Palin: conocida como Sarah ‘barracuda’ por sus antiguos compañeros del club de atletas cristianos, por ser sucesivamente miss Wasilla, miss Simpatía, casi miss Alaska, firme antiabortista, ultracatólica, contraria al matrimonio homosexual, amiga de los ‘Amigos del rifle’ y partidaria de la guerra con Irak. Ahora leo que dice que declarará la guerra a Rusia si Putin sigue comportándose como el revoltoso del barrio e invade otro país. ¿Para qué la Guerra Fría? ¿Dónde Stalin?

Pero, definitivamente, de mi repaso a la prensa del weekend me quedo con el tandem Ratzinger-Bruni en París. Cité Lumière, inquisición y la hermosa belleza recatada del pendón Bruni. Benoît 16ème predicando la compatibilidad del tolerante y abierto laicismo francés con la más acendrada fe católica. Qué distinto debe ser que te espere a pie de escalera de avión Carla Bruni colocándose distraídamente un mechón de su cabello con aire angelical y rodeada de obispos con cara de paisaje -y quién sabe si una erección debajo de sus sotanas- a que solo esté Rouco Varela con su aspecto de cruzado preconciliar. En España el laicismo no es posible. En Francia, mientras tanto, las autoridades hacen ovaciones que suenan de compromiso y los intelectuales que asesoran a Sarkozy –Debray, Gallo… buff- le alertan sobre la pérdida de referencias culturales asociadas al retroceso del catolicismo frente al Islam… ¿Cuando la prohibición?

Al final, sólo me consuela ver la foto del hermoso rostro de la nueva directora de L’Unità, Concita de Gregorio. Intuyo que debe tener unas piernas preciosas. La izquierda no está tan extraviada como parece…

10 sept 2008

You belong to me...

La amistad, dicen, es una relación afectiva entre dos personas y nace cuando los sujetos de esa amistad se relacionan entre sí y encuentran en sus seres algo en común. O sea, una relación de uno con otro yo. Se trata, se ve, de una de las más comunes relaciones interpersonales que la mayoría de los seres humanos tienen a lo largo de sus vidas. Parece algo sencillo, fácil de conducir, usual. Vaya, que hasta un tonto puede tener una relación de amistad, amigos. Hasta podriamos llegar más lejos, más allá de lo interpersonal: aquello de que el perro es el mejor amigo del hombre.

Yo propondría otro concepto de amistad que permitiera hacer más suyo al sujeto y librarlo del yugo de la subjetividad, de las relaciones interpersonales. Es la norma la que regula los comportamientos, no los sentimientos. ¿La amistad es un alma que habita dos cuerpos, un corazón que habita en dos almas, como decía Aristóteles? ¿Como decía Platón en uno de los diálogos de 'El Banquete' sobre la amistad y el amor: El misterio del amor lo enmarca en cuatro grados: amor a la belleza de las almas; amor a la belleza corporal; amor a los conocimientos y amor a lo "bello en sí". Marcuse, con influencia de Hegel, Marx, Heidegger y Freud, concibe la transformación de la sexualidad en "eros", partiendo del hecho de que liberados de la tirania de la razón represiva, los instintos tienden hacia relaciones existenciales, libres, duraderas. Lenin sabe que los procesos de explotación se desarrollan en el interior mismo de las relaciones personales, que lo político no sólo debe denunciar esas realidades desde una perspectiva democraticista, sino que debe desarrollar todos los instrumentos sociales para que las relaciones interpersonales sean también relaciones de liberación. Y, sin embargo, para mí cada vez es más difícil separar lo “personal” de lo “político”. Me quedo con la belleza corporal.

Algunos creen que para ser amigos basta con querer, como si para estar sano bastara con desear la salud. Pero, en realidad: ¿qué es la amistad? ¿el paso previo a follar? ¿un peaje? ¿por qué hay personas entre las que existe tensión sexual y, sin embargo, necesitan sentirse amigas antes de acostarse? Los diccionarios dicen que la amistad es favor, afinidad, pacto, deseo, anudar, trabar, conexión (¿física?) entre cosas, deseo, amancebamiento, o sea, trato sexual habitual sin matrimonio. Un crescendo, vaya. Afecto personal, puro y desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato. ¿Voy yo a Martinica por amistad? ¿Compartía cama y asiento de vespa por amistad? ¿La amistad explica cada vez que follo sin amor pero con empatía? Y la pregunta del millón, ¿es posible la amistad entre dos personas entre las que existe una pulsión sexual, ya hombre-mujer, ya mujer-mujer, ya hombre-hombre?

¿Todo esto por qué? Porque tengo una espina clavada en NY, llámala G., que hace que la palabra amistad me atormente las más de las veces. G. es fotógrafa -ay, sweet pretty angel- y vive en Brooklyn desde hace más de un año. Nos conocimos en Madrid y hay una tensión sexual tan densa entre las dos que podría tomarse entre las manos. Dos continentes. La última vez que la ví fue en una visita suya a París el pasado marzo. Cenamos en un restaurante judío del Marais, paseamos hablando hasta la madrugada, nos acostamos a dormir juntas y nos despertamos sólo habiendo dormido. En realidad debió dormir ella porque yo comí techo toda la noche consumida por un deseo inconsumable, por su cuerpo de diosa, su mente rápida, su inteligencia, sus preciosas tetas, su cabello y vello rubísimos. Habla siempre de la gente que quiere sin ser querida, de la amistad como valor... y este verano me pidió en nombre de nuestra idem -apenas ya vía mail- que la visitara en NY. Ni amistad, ni mail, ni sexo, ni NY. ¿para qué la amistad si yo lo que quiero es follar con ella?

G. me escribió hace unos días desde NY diciéndome que se decía a sí misma:

Lo primero que pienso es: Joder, soy un desastre, debería de escribir ahora a Luna. No se lo merece. A mi también me gusta saber de ella, me gusta leerla. Ese es el problema; solo puedo leerla. ¿Podré tener una amistad con Luna más allá del mail? No eres mujer de grandes palabras. De tus amigos necesitas la cercanía, la confianza. Con Luna no tienes ninguna de las dos si no es por mail. A mi me gusta escribir en calma o cuando estoy muy mal. No es un hábito en tí la escritura. Ahora mismo no estás en calma. Durante este año de viaje, la mayor parte de las veces que has escrito a Luna estabas mal. Tienes amigos a los que no has escrito más de diez líneas en el último año y sabes que al volver la relación va a estar intacta. No tengo el compromiso de escribirles, no el compromiso con ellos sino conmigo misma. Con Luna, ¿sabes si es así? ¿podrías llegar a construir esa amistad más allá del negro sobre blanco, hacer real esa amistad? Me decías en tu último mail "Que esto no es lo que esperabas de nuestra amistad (supongo que sin ánimo de reproche)..."

Pagar con la moneda del olvido. El rencor. Abofetearla si estuviera delante de mí... para luego caer desarmada ante sus encantos. Los continentes distintos, G.: ¿no ves que nuestra nuestra amistad sólo es una excusa para que nos demoremos una noche entera -y todas las que sigan, con sus mañanas y sus tardes- entre los pliegues más recónditos de tu geografía, de la que hasta ahora sólo he atrapado tu alma, una mano tibia en la noche fría y tus labios -y no todos-? G., el amor no se ve desde la orilla, hay que ir a por él...