27 oct 2009

Too much of nothing can make a man feel ill at ease...

La primera vez que se me alinearon los planetas, mamá me encontró con mi primera novia. Drama: crecerás y verás que lo que parece que cuelga en realidad eleva y no deberás echarlo de menos. No pierdas el tiempo: sepas que te equivocas. Yo tenía quince años. Sucedió justo detrás de lo de mi prima Hèlena. Y antes de lo de Iselda.

La segunda, quizá porque no fue un alineamiento de dos -estaba sola-, apareció otra vez mi madre: en ausencia de pareja trataba de olvidar las audiencias dándome placer yo solita en el sofá pensando que ella llegaría muuucho más tarde.

La tercera, cuarta y quinta las entendí como salidas por la tangente por no escucharme a mí misma: me echaron de la uni, me equivoqué pensando que podría querer a un hombre -una cosa es el sexo y otra el amor, Luna- y, finalmente, confié en mi padre (menos mal que no fue él el del segundo alineamiento: a la culpa hubiera añadido la vergüenza o a saber qué). Ya desconfiaba antes. Esto es lo malo de convertir a una persona en tu punto cardinal más importante. La historia de mi padre es como la historia de los partidos comunistas europeos (ya explicaré esto). Una traición tras otra, un desencuentro tras otro. Prometido el cielo, todo resulta un suspiro.Estoy aún en lo de matar al padre. De momento solo lo he conseguido con el pianista.

Hace apenas dos años (recién llegada a París) y la Vía láctea entera apuntándome cuando el tipo de uniforme decidió que la única motocicleta y el único bolso a registrar aquella madrugada de Belleville eran los que tenían aquellas insignificantes bolsitas de maría. O sea: mi moto y mi bolso. Aquella madre que me sorprendió, que me reprochó y que me afeó, pagó una multa por una falta que se volvería a repetir de repetirse el registro.

Los últimos fenómenos astrológicos de mi vida (definitivamente todos los planetas visibles se alinearon con el sol) fueron pensar que no estaba detrás de mí mi jefe cuando dije que este puto trabajo no sólo está mal pagado sino que, y sobre todo, está dirigido por un incapáz...'; cuando sucedió lo de M. Fèvre y, últimamente, cada intento de reconstituir, dar forma, llevar a buen puerto, rehacer mi vida sentimental y/o sexual. ¿Cómo es posible errar tánto en el querer y/o el follar?

He dejado de creer en la astrología y los planetas para creer sólo en la meteorología: borrascas y nubes negras que pasan rápido, descargan algo de lluvia, y a esperar el anticiclón... No cabe otra. Y sonreir. No son los mejores tiempos para encontrar trabajo. Ni para pagar psicoanalistas freudianos (los prefiero a los conductistas, claro). Lo que no termino de tener claro del todo es lo del último punto. Ayer conocí a alguien cuyo nombre se repite en mi historial, y que me susurró a un oido vadeando un mar de alcohol: Eres como las medicinas: necesito tomarte cada ocho horas, de mes en mes, por cuatrimestres... Qué se yo. Y no puedo seguir teniéndote nostalgia; ni quiero ser para tí sólo un beso en un pequeño hueco de entre tantos y tantos ratos. Le he robado a uno de esos muchachos esta muchacha. Ya hicimos el amor. Sigue el presente. No hace falta huir sin dejar huellas. Todo es exactamente como parece ser.

9 oct 2009

But... what's the sense of changing horses in midstream?

Después de todo, ya de madrugada, me senté en el bordillo: hasta entonces me había dejado llevar por una mezcla extraña de lágrimas, nervios y risas. Desesperación. A esas alturas estaba en la calle: empapada, en camiseta, bragas y botas (mi madre, de haberme visto así en plena calle, hubiera llamado a los gendarmes, aunque yo ya estaba rodeada de ellos) y deseando fumarme un porro y volver a la cama. Rue Saint Denis. 04:00 a.m. Lluvia. Si mañana falto al trabajo y le suelto esto como explicación al jefe, no me cree.

Todo empieza un poco antes. Jacquie (Mme. Fèvre) vive en el piso de debajo. Ella es una puta vieja y ya retirada (un rostro hermoso, Irma la dulce: Irma la puta). La acostumbrada historia: la de quien termina viviendo con su chulo -es algo que no solo le pasa a las putas-. Tal vez una simple historia de amor, tal vez un juego de dependencias, tal vez la amargura compartida como estación término. M. Fèvre era (era, digo bien) un marsellés agrio, malhablado, borracho y bronco, extraviado ya en el fondo turbio de sus ojos amarillos y en unos mofletes surcados de venas de años de alcohol de barra americana; el proxeneta. Un tipo sin sentimientos (¿deberíamos tener sentimientos?).

Poco después de las 10 p.m. -lo recuerdo: leía de Salten Josephine Mutzenbacher: Histoire d'une fille de Vienne racontée par elle-même, ay, lo que va de Bambi a Josephine- y entre ensoñaciones y deseos transatlánticos, escucho algo que me sobresalta: un ruido sordo, acallado por muros y vacío, embozado por otro sonido seco, como de algo que se resquebraja, parecido al crujido de la piel de la sandía al abrirse. Después, nada. Calma.

Quizá una decena de páginas más allá, quizá desechados varios deseos -o consumados-, sólo lo se yo (ya sabes: Me gustaría decirte: que hagas, o que me hagas (algo), o ¡hazme ser!, porque aún me falta algo, aún siento algo vacío dentro de mí, o porque aún no soy tuya. O tal vez, con o sin tildes, que no me tildes de extraña para ti. Un poco cogido -¡vaya!- por los pelos: hay etapas, períodos de la vida tan extraños de una misma que desearía que fueran más de otra), revuelo de escalera: primero rumores, luego voces, después gritos y golpes, otra vez silencio. Nada. Puertas que se abren, murmullan y se cierran, monólogo prudente de mirillas: es la puta otra vez.

Lágrimas, golpes en mi puerta. Abro: No me abre, y cuando no me abre yo no me atrevo a abrir. El miedo humillante de quien espera la humillación, el dolor. Abaratar la rendición. Ya te llegaba a los oídos: es la puta. Ahora la negación: de él. Y el terror. Sumisión. Degradación. Mancha. Abominación. Violación. Otra vez: nada. A tí no te hará nada, estará borracho y no es él -se dice a sí-, a ti te sonríe porque eres como yo era de joven: hermosa. Siento odio y odio, por dentro el sabor salado del zinc que es la bilis en la boca. Desarmada y confusa me dejo convencer después de convencerme a mí misma. Bajo la escalera. Llamo al timbre. Golpeo la puerta. Silencio, pero no ausencia. Giro la llave, me anuncio gritando tímidamente: ¿M. Fèvre? ¡Buenas noches! ¡Soy yo! ¡Luna! Eeeeh... estoy con Jacquie, no abría vd. y me ha pedido... El olor acre y cerrado, el pasillo agobiante y amarillo y una inexistente linea invisible a media altura a lo largo del corredor desembocan en el salón y en la butaca está lo que era Albert, o M. Fèvre, o sea, Zizie, como le llamaban en el barrio: un arma cuelga de su mano derecha. Nunca había visto una pistola de verdad. Me parece muy negra, no brilla. Y alrededor de la pistola, el relámpago de la angustiosa velocidad del vértigo, una auténtica escena dantesca -diría el común (pobre Dante)-: una lluvia de plumas, una almohada chamuscada, un collage de sangre y sesos en las paredes, nada de la mandíbula para arriba y, como media calabaza hueca, colgando hacia atrás de los cabellos empapados, la tapa de los sesos de M. Fèvre. Sucesivamente y en este orden: Abro mucho los ojos. Grito. Siento arcadas. Vomito. Pataleo histérica. Pienso que no estoy en la realidad, que me he colado en una peli. Agarro fuerte el camisón a Mme. Fèvre. La zarandeo. Vuelvo a gritar: pero, ¿por qué me ha traido aquí? Me pongo en cuclillas. Jacqueline se derrumba. O grita. Ya no lo recuerdo. Vuelvo a vomitar, me ataca una risa nerviosa, se me agarrotan las piernas y, después, agarro el teléfono -está pringando-, marco el 17: Hola, ¿es la Policía...?

Ya digo. Son las 04:00 a.m. y estoy sentada en el bordillo. Un bombero -¿son de verdad los brazos de los bomberos?- me ha prestado unas botas y un impermeable muy pesado. Me dicen que debo esperar a la juez: hay sangre, hay violencia, hay muerte, ella era puta, él chulo de idems, y yo pasaba por allí. Hay una línea que no se puede traspasar, como la del pasado. Una escena del crimen, que dicen en las pelis. Todo parece cine negro, excepto porque es en color y por mí: yo, con esta pinta. No se bien como he llegado hasta fuera. Pero mientras espero, fumo nerviosa y pienso con orden y calma: que curiosa nuestra sociedad, que lo compra y lo vende todo -tal vez menos el cariño verdadero-, incluso la inmensa mayoría de las personas vende la mitad de su descanso (y la casi totalidad de sus sueños) por un puñado de monedas a fin de mes, y la prostituta -que vende sólo, literalmente, su cuerpo- por una servidumbre quizá menos encubierta, menos hipócrita, se convierte en la mala del cuento. Los demás sólo vendemos alma y dignidad: intangible, no se ve, no se toca... y sólo eso ya nos sirve para proyectar en ellas nuestra humillación cotidiana, toda nuestra alienación. ¿No somos todos un poco putas?

Como siempre, una cosa lleva a otra: ahora que escribo lo que pensaba hace 10 días cuando estaba sentada en la calle me viene a la cabeza el asunto de la foto retirada de una exposición en la Tate Modern por considerla pornográfica. Hombres (genérico) enfermos mirando la foto de una niña de 10 años desnuda. A todos los que se les puso dura al mirarla, imagino: ¿les sucederá lo mismo cuando miran las fotos de sus hijas pequeñas desnudas después del baño? Que complicado es ese aplique subcutáneo que llevamos que es la moral.

Sigo con pesadillas.

(...) People tell me it's a sin/To know and feel too much within./I still believe she was my twin, but I lost the ring./She was born in spring, but I was born too late/Blame it on a simple twist of fate.