19 oct 2010

Something is burning, baby, something's in flames

No se la razón -porque ha de ser algo que tenga que ver con la razón- pero nunca ha salido de mi cabeza. Con ella sí que tengo, tuve, creo que tendré siempre una dependencia afectiva.

Llevó 10 días viviendo en un hotel en mi propia ciudad.

Y fue en un hotel -otro tiempo, otro lugar- donde llegué a aquel borde del abismo con ella. Laura.

Tengo otra vez música: Serge me ha prestado unos altavoces para mi iPod. Oscar Peterson. Aunque no lo soporto. Hacía 5 días que sólo escuchaba música dentro de la cabeza. Hotel, café y música por la mañana. Y salir de la habitación sin recoger. Un sueño. Entonces, en Barcelona, ella se ocupaba de todo eso.

Fue un instante, o debió serlo. Apenas el tiempo de quitarle a Anne-Sophie Marie las bragas. O quizá algo más: el tiempo que se tarda en conseguir llegar hasta las bragas y después quitarlas -me gusta mucho el momento de quitarlas; suelo precipitarme-. El humo lo empezó a invadir todo y las dos miramos perplejas desde el sofá hacia la cocina. Vivo en un espacio diáfano. Ella con las piernas abiertas y sin bragas. Yo con ellas y volviendo hacia atrás la cara entre sus piernas abiertas.

El amor nada ve con claridad, todo lo ve con los ojos de un ciego... Laura era (es) ciega. Nos amábamos tan tiernamente; confiada, sabiendo bien que sus ojos no podían cruzarse con los míos, mirando su rostro que ella no podía ver -¿soy guapa?-. Yo sentía belleza donde ella no podía, donde ella era ausencia. A ella le quemaban los ojos de tanto adivinar la mía. No dejaba que se diera cuenta de cómo yo lo sentía, pero permitía que sus dedos se humedecieran en mis lágrimas mientras buscaba en el resto de mi cuerpo las formas de mi belleza... Aún cuando sonreía, yo sentía todo su desasosiego. Un hotel de Barcelona. Mi última noche con laura.

Cosas que suelen hacerse en una habitación de hotel: robar el albornoz, beberse el minibar, ver porno y masturbarse, follar -en los hoteles siempre entran ganas de follar-, orinar en el bidé, fumar, fumar porros hasta caerse, vestirse, desnudarse, mirar por la ventana desnuda, llenar la bañera y darse un baño caliente -de espuma-, tumbarse en la cama -también desnuda- a leer, pensar quién estará en la habitación de al lado y si estará haciendo lo mismo que tú -cuando te estás masturbando-, pedir que te suban la cena. Fiesta con amigos. Quejas. En los hoteles los pasillos son siempre impersonales y huelen a tabaco y jabón de ducha; extraños cuartos con olor a arena de playa seca y cemento sin fraguar.

Anne-Sophie Marie no es felina. Es loba. Y defiende su territorio. Esta noche, nueve noches después del incendio, regresa por el hotel. Le falta la parte de arriba de la oreja derecha. Lleva muchos puntos de sutura negros como bichitos. Me dice que se ha peleado mientras el viento suena de una manera especial a su alrededor. La miro con cierta admiración pero, sobre todo, con dolor. A mí el dolor físico me acobarda. Pienso que hay rostros de ángel en cuerpos de demonio. Voces dulces que hablan palabras graves. Esto es Anne-Sophie: tels les loups à la bête qu'ils n'ont pas tuée. Trae whisky y maría.

El hotel es el Hotel Les Ribes de Notre Dame, en el Quai de St. Michel: el hotel de au bout de souffle. Pienso en hoteles. El Ritz aquí en París (su bar Hemingway). Waldorf Astoria, NY. Negresco, Niza. The Carlyle, NY (donde Marilyn le quitada a JFK los dolores de espalda follándoselo; los analgésicos los tomó todos ella). Hotel des Bains, Venecia. Hotel Watergate, Washington. Hotel Chelsea (restregaron sus babas en la barra de su bar Dylan Thomas, el otro, Cohen, Vicious -que después aprovechó para matar a su novia Nancy en la habitación-, Ginsberg, Kerouac... Hoteles urbanos y rurales, de estación o aeropuerto, familiares, de famosos o de putas, Cinco estrellas o pensiones con toallas que han pasado por mil coños.

Anne-Sophie se recomponía -bragas- mientras yo llamaba a los bomberos. Dos jóvenes medio desnudas saliendo airosas por la ventana del sexto piso de la Place Joachim du Bellay en brazos de los bomberos siempre es un espectáculo. Dentro, mis cosas, cenizas y el deseo interrumpido en un sillón empapado en agua. Es la segunda vez que me protege un bombero con su pesado abrigo impermeable (http://andthereisnotimetothink.blogspot.com/2009/10/but-whats-sense-of-changing-horses-in.html) desde que vivo en París. En la cocina, la olla de spaghetti carbonizada que sigo sin recordar.

Entre tanto, arde París. O Francia, no se bien. Si la combustión es una reacción química entre el oxígeno y un material oxidable, acompañada de desprendimiento de energía y que habitualmente se manifiesta por incandescencia o llama, Sarko es el material oxidable a falta de gasolina. La Vespa, aparcada. La calle, para la gente (oxígeno). Miro perpleja a un lado y otro del Pirineo. Francia me sigue pareciendo otro lugar.

Olvido con el lobo.