El otro día, la otra tarde -lluvia de nuevo en el alero de zinc de mi buhardilla-, justo después de escribir este post a una entrada titulada 'Perfume'...
"Durante un cuatrimestre, estudiante en Barcelona, adoré un perfume de vainilla que se perdía por los pasillos de la Facultad. Denso, dulce, perfecto, embaucador... Desesperaba poniéndole cara, disfrutaba confundiéndome de persona y excitándome, incrédula de que un perfume sacara lo peor de mí misma.
Una tarde oscura de lluvia, apretujada en el autobús de regreso, Diagonal abajo, el perfume -ella- se posó a mi lado. La lluvia, la humedad, el deseo se conjugaron en una suerte de encuentro a la deriva de una mar de marejada tendiendo a fuerte marejada.
Nada quedó ileso, los restos del naufragio confirmaron que, esta vez sí, el cuerpo bajo el perfume era como el mismo perfume: Denso, dulce, perfecto, embaucador.Debió cambiar el perfume, no la olí más en el segundo cuatrimestre. Ni después. Pero cada vez que alguien se cruza conmigo con ese aroma recuerdo su rostro, su voz, la lluvia..."
...me acució cierta intranquilidad que no supe concretar de inmediato más allá de esos últimos puntos suspensivos pero que, dos cigarrillos y una mirada al cielo para ver si podía sacar la Vespa después, pude resolver.
Se llamaba -se llamará aún- Anna y lo que me turbó de su recuerdo no fué ya su perfume a vainilla -suave, apacible y envolvente-, sino algo de ese cuerpo acogedor que logré visualizar un instante después: sus tatuajes. A Anna le revoloteaba una mariposa justo encima de donde debiera haber estado su vello púbico. A Anna le gustaban los tatuajes y tenia su geografía trazada de líneas de colores, palabras, figuras y símbolos que yo recorría atenta y detenidamente tratando de desentrañar -especialmente las tardes y las noches de los sábados y las perezosas mañanas dominicales- como si en aquel jeroglífico estuviera la clave de una pasión que pudiera convertirse en eterna. La luna en su nalga izquierda y un sol llameante -dentro del cual se consumían en el fuego dos iniciales desconocidas- en su nalga derecha, un a modo de alfa y omega, principio y fin de todo sobre su hermoso culo moreno. Un corazón sobre -justo- la rabadilla, corazón huidizo con alas que parecía volar escapando hacia unas volutas y espirales negras que se evaporaban espalda arriba, entre sus homóplatos, hacia sus hombros. En su nuca, un colibrí sobre un texto oriental que nunca supe -ni pregunté- qué significaba. Sólo lo imaginé y murmuré en susurros. Y unos hermosos y delicados pequeños árboles japoneses -bonsais- abrían sus ramas bajo sus diminutos pechos, envolviéndolos de hojas verdes y rojas, sosteniéndolos como frutos de deseo. De todos, sólo un tatuaje, uno, asimetrico: en su brazo derecho, sobre su codo, un cuadrado azul oscuro sobre el que se recortaba una estrella blanca. Me contó que alguien en algún lugar llevaba en su brazo izquierdo, sobre su codo, el negativo de esa imagen: una estrella azul sobre fondo blanco. Complementarios extraviados, corazones eternos mientras duraron, un juego de promesas rotas. Ahora, la ausencia dolor.
Esta misma mañana, sol helador, me ha tentado la idea de ir a hacerme un tatuaje -entre St.-Denis y Beaubourg hay varios lugares aceptables-. Incluso tenía decidido el motivo y el lugar: un pequeñísimo -soy cobarde: el arete que llevo en la nariz me costó un aparatoso mareo- y esquemático caballito de mar sobre una de mis dos ingles -esto estaba por decidir-. Afortunadamente mi indecisión me trasladó, mientras caminaba dentro de mi particular imaginario, al lugar remoto y portuario de marineros, furcias y lejanísimos contactos maoríes; a ese otro carcelario y suburbial de amores de madre e iniciales esperando más allá del muro; a aquel otro de las cifras en los antebrazos judíos. Prejuicios y marginalidad dibujándose en forma de líneas en los cuerpos, sobre piel desnuda. Finalmente: entro en el Beaubourg, visito una interesante exposición: Le futurisme à Paris, y subo al nivel 6 -terraza, cafetería- donde fumo un cigarrillo, miro París y tomo un café. Decisiones aplazadas. Mañanas plácidas. Nostalgias de otras pieles.
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23 comentarios:
Es contagioso... dan ganas de salir corriendo a buscar un tatuador. Y el perfume de vainilla, creo que lo percibo.
Bromeo con mi hijo (preadolescente de hormona cruzada ...como todos ellos) y le digo que quiero tatuarme su nombre en un tobillo. Le digo- Imagina, así... la A mayúscula y el resto... todo con una letra antigua bonita, con un par de trazos curvos así... a modo de greca- pone cara de susto y dice que me tatúe lo que quiera pero no su nombre, qué van a decir sus amigos cuando me vean eso. Yo le insisto diciendo que igual que la gente se tatúa el nombre de sus novios, yo prefiero llevar en mi piel el suyo. Su cara no mejora. Esto del Alberto-tobillero(es mentira, yo se lo digo por ver su reacción) sería peor que besarle en la puerta del colegio.
Todavía te quedaba mirada para visitar una exposición sobre futurismo? Me ha sido muy adecuada esa imagen contrapuesta al adorno de piel de la mujer-cuadro de nombre palíndromo y gemelo en su dibujado. Una tarea literario brillante cerrada, hay que ver cómo te gusta, con la nostalgia, y en francés.
(Yo he prometido hacerme en uno de los hombros un símbolo de tóxico. Perdona que te pregunte a ti, Luna, oye ¿Me lanzo?)
Un caballito de mar nadando por un ingle... Para quitar el hipo(campo) :-)
Tesa: me dió cosa -cobarde...-poner mi piel al servicio de la moda. ¿Acaso un ancla en el hombro?¿una sirena en el antebrazo? Aquellos lobos de mar...
Y, pobre: tatúate, pero no le beses a la puerta del colegio.
Aunque no te conozco (digo personalmente), si fuera tú creo que tatuaría una femme poisson en mi pecho -no tanto una femme poison-, aunque lo del hombro... date vía libre. La tienes de mí, la connivencia y la complicidad.
Y, es que, Alberto, aquella piel tan dibujada fue muy mía un cuatrimestre entero -otoño invierno tan suaves de Barcelona-.
+Claro: pobre hipocampo, ni le dejé llegar a imaginarlo, a dejarle pensar que hubiera podido nadar ingle abajo... Son simpáticos estos animalillos. Y las ingles, mucho, mucho.
Mi novia tiene tatuado un dragón en el pubis, que se deja entrever entre su vello, o sale del todo a la luz algunos días. Llevo meses dándole vueltas a si debo tatuarme en el pene un caballero medieval -tipo Sigfrido-, espada en mano o, por el contrario, algo más pío: tipo San Jorge o así. ¿Sabrás decirme? Tengo el subconsciente aturullado.
Malvada amiga bloguera...
Anoto con no poca premura; y los provechos pasados siempre están por venir eh.
Querida,
tatuajes los justos.
Mi tío, hombre de acción, llevaba un tatuaje en el brazo, verde descolorido por el tiempo, que le hicieron al entrar en el campo de Mauthaussen.
No caigamos en el storytelling del cuerpo, por favor.
Seamos serios.
Saludos,
MT
Querid@ MT: mi cobardía, la marinería pendenciera, el común presidiario y los antebrazos de Mauthausen -efectivamente el verde azulado desvaido- y otros lugares comunes de la infamia me echaron atrás. Por toda marca en mi piel hay des petites taches de rousseau, hermoso modo de llamar a las pecas aquí.
En cuanto a contar cuentos, el cuerpo de Anna más que cuento era fábula ;)
Alberto: lo pasado queda allí, ya vivido aunque vívido. Y no me tomes muy en serio anotandome: tatuarse seguro que duele.
Anónimo anónimo: veo algo freudiano en querer matar al hermoso dragón que guarda aquella cueva. Guarécete con gusto, resguárdate en ella de las inclemencias... Aunque tal vez lo tuyo sea la batalla de las causas perdidas. ¿Y tatuarte una dragoncilla virgen?
En cualquier caso, sólo se pierden las luchas que se abandonan.
Anoto lo que me dices sobre anotarte con cuidado.
Que si no, se me olvida.
Y todo lo demás también.
Lo bueno de los blogs es que te remiten a los que tienen algo de ti. No pierdes el tiempo en bares, charlas estúpidas y boberias variadas.
¿Bellaluna quieres ser mi corresponsal parisina...?
Te envío una brazo donostiarra desde un reducto madrileño.
Demorarse en los bares no es malo, aunque en París es más difícil que en Madrid -no digo la hermosa Donosti-. Otro concepto, más café que cañas. Más queso, menos pinchos.
¿Correspondiente corresponsal? Dame las instrucciones oportunas...
Pero, Alberto, nunca anotes al pié de la letra... todo es muy voluble. Y lo que escribas en la piel, aunque no sea negro sobre blanco, queda para los restos.
bss...
Querida,
las pecas, petites taches, son suficiente tatuaje.
Y seguro que escriben alguna historia sobre tu piel.
Saludos,
MT
MT: Marcan el camino, no haría falta un gps para llegar a buen fin...
Querida,
a tenor de tu escritura, les petites taches abren y cierran las puertas donde moras...puertas que muchas/os quisieran, sin duda, atravesar.
Saludos,
MT
Aplaudo a la par tu decisión y tu entereza. Yo hice lo mismo, detenerme cuando estaba a punto de tatuarme La rendición de Breda en la espalda y costados (si no, no cabía). Felizmente me contuve arrastrando al tatuador a la ruina.
Te leo a menudo porque me gusta sobre todo lo que (y cómo) escribes sobre dos de los temas que más me han gustado en la vida (y siguen gustándome, ça va de soi), que son Paris y las mujeres.
Se me dispara la nostalgia en ambas direcciones. ¿Apareció la chupa roja?
Tengo pendiente hablar, sí, de Marie. Ponemos a veces a pastar nuestras motos juntas mientras nos demoramos en nuestras cosas.
Antonio: París, mujeres... y el mundo. Pasa con París como con todo: cuando estás ahí parece que falta algo que no echabas de menos cuando sólo anhelabas. En fin, como con las mujeres (y a veces los hombres): es más el cortejo y la conquista que lo conseguido.
¿No has pensado en tatuarte algo más minimal, tipo 'gravure japonaise'?
Beso!
La verdad es que, en cuestión de tatuajes, se me ocurrió hace años la idea de los "tatuajes solares" que ya han inventado luego los japoneses. Perdía erótica, desde luego, pero ganaba en versatilidad y el invierno liberaba los espacios ocupados. Como tantas ocurrencias, feneció por mi incapacidad para darle salida.
Por cierto, escorpiona, ¿cumples pronto o ya ha pasado?
Pasó... 28 de octubre. Vamos desgranando los comienzos, no estamos para derrochar. Gran fiesta el pasado weekend, en la buhardilla. Amanecí con los gendarmes en casa (nada íntimo, por cierto, lo de los gendarmes... fue mi casera)
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