28 abr 2008

No me gusta viajar como una maleta

Preparo la maleta para viajar a La Habana. Aún no se qué poner en ella. Digo en la maleta. En La Habana, sí. Aunque nunca he estado en La Habana en estas fechas. ¿Qué expectativa tengo en la cabeza? Preveo dejarme deslumbrar más por un ambiente que por la belleza; más por la atmósfera pegada a tierra que por aires de piel canela o cadencias lentas y sensuales... Me llevo conmigo el puño de mi letra, una conciencia personal solidaria y cierta nostalgia por las cosas que puedan suceder.

“Traicionado por un beso en una fresca noche de bendiciones
(...)
No hay tiempo para elegir cuando la verdad está a punto de morir,
No hay tiempo para perder o para decir adiós,
No hay tiempo para las víctima presentes,
No hay tiempo para sufrir o para parpadear,
Y tampoco hay tiempo para pensar.”

Hay un instante en que deja de importante el pensamiento enredado en madejas de áspero insomnio, instalado en medio del paso con obtusa obcecación y con la densidad espesa del mercurio, con el paso adelantado pero la incierta distancia de una perspectiva oscura.

Hay un momento en que ya nada te bloquea y te sientes liberada. Hablo de la sensación opresiva que a veces atenaza tu ser e impide que reconozcas tu rostro en el espejo por las mañanas a partir de un determinado momento vital.

Hay una mañana en que regresa el alma a su sitio, el futuro se congenia con el presente –en realidad qué importa el futuro, excepto la nostalgia ya mencionada-, se abre delante el cielo y se otea el horizonte, la claridad: las nubes de plomiza y gris incertidumbre dan paso a radiantes certezas. Los pies ya no quedan en el suelo, sino alzados. Los días en que tienes la carne mal abotonada –hay días que se abotonan mal al cuerpo- cesan. Y yo, acostumbrada a verme mirándome -en fotos o en el espejo, mis ojos me miran casi siempre- paso a mirar a otros ojos, sin quemarme. La alegría como deber diario.

Hay, entonces, un día, un presente, en el que te sientes tú, que alzas el vuelo segura: eres la más guapa, eres la más simpática... eres, y paras tu vuelo un instante ante otros ojos (no cantes a la rosa, hazla florecer), y los miras porque ya sabes que los quieres y quieres saber que tal vez también ellos te quieren, o te han deseado o te desean. Que quieres saborearlos y que descubran todo lo que no conocen de ti, no saben de ti, lo que no ven de tí.

El futuro... me reafirmaré: sólo siento nostalgia de todo lo que haré nuevo y aún no conozco. El miércoles, La Habana.

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¿No os levantáis un día con una canción obsesivamente instalada en la cabeza y permanece ahí las 24 h. del día resonando como un eco? A mi me sucede también con las personas. Con los ojos de las personas... tengo 10 horas de vuelo para excrutarlos detenidamente

2 comentarios:

Anónimo dijo...

En la vida no hay errores, dicen algunos, / Es cierto que a veces lo puedes ver de ese modo, / Pero la gente no vive o muere, sólo flota.

Tú y yo sabemos que no se trata de flotar... Aunque la gente crea que es pecado saber y sentir demasiado

Anónimo dijo...

Me gustan tus manos, me gusta su letra, me gusta lo que escribes, me gusta cómo piensas,... (antes, claro de llegar a saberlo a ciencia cierta o de tener la ocasión de comprobarlo) Quizá también me guste intuirte, no lo sé.

Lo que más me gusta es saber que existes y que habitas algún lugar, porque aumenta las probabilidades de que nuestros caminos se crucen alguna vez, por algún casual, y me conozcas.

Me gusta leerte y sin conocerte, aún.