Hoy llueve y todo se ensucia de gris y nubes escondiendo el color que ya había inundado mi estado de ánimo, abierto ventanas y guardado en los armarios pesados tejidos enmarañados de vientos huraños y heladas temperaturas de la pasión. Llueve -hay días que parecen llover martillos, aunque hoy es una sensación de apacible y mansa- y me despierto de madrugada con el ruido redondo y seco de las gruesas gotas en el zinc de la buhardilla. Me inquieta que entre el agua en mi habitación, del mismo modo que creo que va a entrar dentro de mi cabeza la angustia por ella -su casco sigue sobre la cómoda-, igual que ha entrado la soledad a mi cama. Pero, rápido, enciendo un cigarrillo, abro la ventana y un viento suave me enreda las nostalgias del viaje de ayer, me revive los instantes de La Habana e, igual que disipo las volutas del humo con movimientos suaves de mi mano, se disipan los pensamientos negativos. Detrás de mí queda una cama con las sábanas revueltas sólo en el lado izquierdo, y me asomo y dejo la lluvia revolotear mi pelo y la vista perdida en la cortina de agua que se recorta a la luz de las farolas, y vislumbro el friso y la terraza del Arco de Triunfo y, detrás, nítida e iluminada, la Tour.
Nunca me ha pesado la moral sobre la espalda. Nunca he sentido la carga -parece que pesada- del sentimiento de culpa, tan judeocristiano. Debo agradecerle a mi madre su educación. Acepto sin sentimiento de culpa el devenir; rechazo la culpa vestida de miedo, malestar, turbación interior que experimenta la conciencia ante la realización de determinados actos morales. La culpa es perjudicial. Y contraproducente para la conciencia y la felicidad humanas. Yo me resisto a ser sólo un sujeto sujetado a tabúes sociales, al fariseísmo y a los sentimientos sublimados de culpa ¿Sería mejor que dijera que me siento amoral -que no inmoral-? Llueve, ya digo, y el denso aire húmedo de la madrugada y el silencio extraño de las calles me hacen sentir bien y me recuerdan que siempre he sido dueña de mí al tiempo que libre de elegir. La libertad, que es difícil de fraguar como cimiento de los proyectos vitales, sólo lo es si forma parte intrínseca de una persona, del mismo modo que la igualdad y la razón. Las aceras mojadas y el brillo de las farolas observadas a vista de pájaro desde aquí me hacen pasar por la cabeza la idea de un a modo de vista Google maps del mapa de nuestros principios rectores, morales, éticos, políticos, estéticos, sexuales... Todo esto mientras apollo las costillas en el alfeizar, estiro el cuello entre unos geranios siempre sin flores -el olor de los geranios mojados me traslada siempre a casa de mi madre- mientras me cuelgan el culo y las piernecillas por dentro. ¿Qué tendría? ¿Un mapa tipo perfecta cuadrícula de ensanche burgués, correcto, formal, frío?¿Grandes bulevares cruzando un entramado confuso de calles, como pasando por encima las complicadas razones del sí o del no, abrumando?¿O una extraña madeja de callejuelas que llevan a perderse en los más recónditos rincones y pliegues de los sentimientos y de la carne?
Salí hacia La Habana junto a unos ojos grises que sabía con dueño y anillo y cachorros, de quien no conocía aún la irresistible y absoluta vorágine cómplice bajo las sábanas, sabiendo que dejaba en mi buhardilla a la dueña del mini y del casco, y de mis últimos meses. Sabía que habría un antes y un después. Realmente sabía que abría un después. Lo ha habido, lo he abierto, y he regresado a la buhardilla vacía. Ahora tengo nostalgias de una felicidad habanera que no regresará -la felicidad son sólo instantes en el recuerdo. Sin arrepentimiento. Pero también, ay!, qué decir... Me he follado a una mujer casada y maravillosa entre luces y noches del Caribe que ahora vuelve a su casa y yo regreso a la mía donde ya no está quien ocupaba el lado derecho de la cama -animalitos de costumbres somos-, sino sólo su casco. Tarde en la madrugada deja de llover. La luz tenue y llena matices de la madrugada siempre me ha pesado debajo de los párpados como un recuerdo mal digerido de la infancia. Igual antes de dormir que al despertar. No me importa. No tengo que madrugar. Tengo mucha gente por conocer.
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2 comentarios:
Si dije que guardáses el casco, sin duda era porque seguirás montando en moto
...ya sea en nuevas, lejos de La Habana, quizá o en donde la gente se atormente también cuando llueva en cualquier calle con buhardilla, o sin ella.
Sin culpa y con casco, Estrella, siento que me falta alguien. Sin duda que las calles de París o la lluvia me traerán quién...
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