Me estiro como una gata entre las sábanas, perezosa, como si hubieran comenzado ya los días de descanso que aún no han comenzado. Hoy, decido, no voy a trabajar. Me ganaré el salario sin salir de la cama. Amo estas mañanas que, tras una larga noche -que comenzó escuchando a Manu Katché y se fue complicando tontamente casi hasta el amanecer y que hizo de ayer un día de casi 30 horas-, se prolongan en un dolce fare niente, con el portatil sobre la almohada, una taza de café en la mano y conectada al mundo gracias a la amable desprotección del wifi de un vecino anónimo (en realidad, 3com).
Estos últimos días he leido -debería decir ojeado- Le droit à la paresse, obra ideológica de Lafargue relegada casi al olvido en la época del productivismo soviético. Ahora que vivimos tiempos de regresión social, y una vez aprobada bajo la atenta supervisión de la Europa del capital -no se si hay otra hoy- la directiva europea de tiempo de trabajo que eleva la semana laboral hasta las 60 horas poniendo fin a la jornada laboral máxima de 48 horas semanales que aprobó la Organización internacional de Trabajadores en el año 1917, el gobierno francés -a su cabeza el marido de Carla Bruni- ha enseñado sus verdaderas cartas sentenciado a muerte la jornada de 35 horas semanales aprobando un proyecto que abre las puertas a la jornada de 40 horas semanales. Y leido Lafargue estas noches de desvelo y calor intenso, tumbada boca abajo en mi colchón, al resguardo de mi buhardilla, creo que me quedo con la idea de su defensa del sueño de la abundancia y el goce, de la liberación de la esclavitud del trabajo: el trabajo es sólo una imposición del capitalismo que se contrapone, ay!, a los derechos de la pereza, mucho más cercanos a los instintos de la naturaleza humana. De ahí a alcanzar los derechos al bienestar apenas un paso y, a otro, la culminación de la revolución social. Pero, -ay! de nuevo- pienso: se ve que no están los tiempos para perezas... se ve que lo que vemos no es lo que vemos, sino lo que somos.
(Ayer respondí a la pregunta de Mona, mi hermosa martiniquesa oscura y cálida como la noche: ¿Te parece bien que te quiera nada más que una semana?. Después de las vacaciones os hablo de ella).
Besos!
24 jul 2008
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8 comentarios:
Buenas, bella.
Es la primera vez que entro en tu blog.
A mí me gusta la pereza entre sexo y sexo. Ella solita, como que se me queda pequeña. Quizás haga demasiado calor...
Besos.
La pereza es un invento con la categoría de 'clásico' tan ganada a pulso como para que ahora venga un desgarramanzanas como el Sarkozy a violentarla... ;-)
Sevillana: algo de eso hay. Pero en París estoy un poco desubicada: temperatura y contrarios.
Molicie y desnudez en el calor denso de las tardes de verano. El deseo sublimado.
Nunca hace bastante calor para el sexo.
Tbeso!
+claro: la pereza no era virgen, pero Sarko es un advenedizo que la ha dado por detrás. Y lo malo es que parece que todos aplauden...
Malos tiempos para la pereza.
Pero se nos pasará.
Yo hoy prometo no vestirme, es un paso.
Bendita piel, sagrada desnudez... y a follar!!
Alberto: como dice anónimo: bendita desnudez; y por más razón, y de acuerdo con Sevillana, la pereza entre sexo y sexo. A mi me gustaría encontrarte -sevillana- en realidad entre pereza y pereza.
Con lo majas que son, señoras, están ustedes de una pereza alucinante eh.
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